Hace 30 años, el acceso a la belleza y al cuidado personal estaba limitado por el bolsillo del consumidor colombiano. Aún recuerdo que, a duras penas, encontrábamos en la tienda del barrio una crema facial a la que la gente del común pudiera acceder. Más aún, recuerdo los amorosos menjurjes de la abuela a los que debíamos recurrir para aliviar las arrugas de las tías y mejorar el pelo de las primas. Las marcas extranjeras dominaban el mercado cosmético con precios que, en su mayoría, solo eran asequibles para los estratos medios y altos.