Hace 30 años, el acceso a la belleza y al cuidado personal estaba limitado por el bolsillo del consumidor colombiano. Aún recuerdo que, a duras penas, encontrábamos en la tienda del barrio una crema facial a la que la gente del común pudiera acceder. Más aún, recuerdo los amorosos menjurjes de la abuela a los que debíamos recurrir para aliviar las arrugas de las tías y mejorar el pelo de las primas. Las marcas extranjeras dominaban el mercado cosmético con precios que, en su mayoría, solo eran asequibles para los estratos medios y altos. Al mismo tiempo, las pocas marcas colombianas emergentes enfrentaban grandes obstáculos para darse a conocer, ya que no contaban con los recursos para acceder a medios de comunicación masivos. Así que su alcance y visibilidad en el mercado eran muy reducidos. No es necesario mencionar cifras, ni ser un estadista experto para entender una realidad evidente: la mayoría de los colombianos pertenecen a segmentos socio económicos con ingresos limitados, pero poseen grandes aspiraciones. Y si bien es cierto que la educación, el empleo y la salud siguen siendo sus prioridades, durante mucho tiempo la belleza y el cuidado personal fueron vistos como lujos aspiracionales más que como necesidades accesibles. Es comprensible que la alta rentabilidad y deseo de buscar un territorio de ventas próspero fuese el enfoque estratégico de las marcas cosméticas, pero es sorprendente que hayan subestimado el enorme potencial de un mercado en el que más del 79 por ciento de la población colombiana estaba involucrada. Afortunadamente, esa realidad comenzó a transformarse entre los años 2000 y 2010, impulsada por dos hechos muy importantes que marcaron un antes y después en el mercado cosmético: la irrupción de Facebook en 2004 como una nueva red social de comunicación estratégica y la llegada a Colombia de las tiendas hard discount en 2009. El primero permitió a la gente de a pie promocionar sus emprendimientos sin grandes presupuestos y, el segundo, hizo posible que millones de colombianos accedieran a productos de uso diario, incluyendo los de cuidado personal, a precios realmente asequibles. Así fue como la industria cosmética colombiana despertó y comenzó a mirar con nuevos ojos un sector históricamente relegado, pasando de ser un nicho totalmente desatendido a convertirse en un mercado masivo, rentable y dinámico. Esa fuerza emprendedora empezó a crear productos de altísima calidad, accesibles y transversales a todos los niveles económicos, a tal nivel que las grandes superficies se unieron en este enfoque y dieron pie a la creación de sus marcas propias con precios realmente competitivos. A eso es lo que llamo democratización de la belleza: crear productos costo eficientes y hacerlos visibles a todas las realidades sociales y económicas del país. Esa revolución cosmética ha llevado a los emprendedores nacionales a desarrollar nuevos componentes y enlazarlos con el conocimiento ancestral de las abuelas, para crear productos autóctonos y eficaces. Es por eso que un serum colombiano nada tiene que envidiarle a uno francés porque, hoy en día, el cosmético de nuestro país se reconoce a nivel mundial. De ahí que hayamos alcanzado, según la Asociación Nacional de Industriales (ANDI), el cuarto lugar en ventas de productos de maquillaje y cosméticos en América Latina.El sector cosmético está en crecimiento. El panorama es alentador. De hecho, la ANDI tiene proyectado un crecimiento de más del 6 por ciento en 2025. Una oportunidad de inversión estratégica, en la que sin invertir grandes cantidades, y con la ayuda de un maquilador experto, se puede iniciar un nuevo proyecto. Sin embargo, el verdadero reto y la gran oportunidad está en que los emprendedores sigan apostando por la innovación y la sostenibilidad como sello distintivo de sus productos.El sector cosmético es un mercado en el que los consumidores valoran la originalidad, la inclusión y la accesibilidad. Por eso, democratizar la belleza se convierte no solo en un mandato ético, sino en una apuesta inteligente. Las marcas y superficies que adopten esta perspectiva no solo extenderán su alcance, sino que forjarán vínculos reales con sectores que buscan verse representados. Porque la belleza, cuando trasciende clases y estratos, deja de ser aspiracional para volverse transformadora.Ana Catalina Echeverri Ochoa, directora Comercial de Instincts Humains S.A.S
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