“Nos están entrenando para no pensar, para vivir en la velocidad y la inmediatez. Y lo peor de todo, ni siquiera somos conscientes de que hemos dejado de ser dueños de nuestra atención”: Joe DispenzaVivimos en una era laboral que prioriza la rapidez, la productividad y los resultados de corto plazo. En este contexto, las habilidades más codiciadas según varias fuentes, incluyen el pensamiento analítico, la capacidad de gestionar la tecnología y el aprendizaje continuo. Pero en medio de este afán por desarrollar competencias cada vez más sofisticadas, hay una pregunta que rara vez nos hacemos: ¿de qué sirven todos estos talentos si no somos capaces de concentrarnos? Si nuestra atención está constantemente fragmentada, ¿cómo podemos realmente destacar en un entorno tan competitivo?El problema de fondo es que nuestra capacidad de enfocar, ese intangible que define nuestra efectividad y bienestar está siendo sistemáticamente erosionado. Estamos inmersos en un mundo hiperconectado, donde las notificaciones, las redes sociales, el scrolling infinito y la sobrecarga de información nos invaden. De acuerdo con un estudio de la Universidad de California, una persona promedio cambia de tarea hasta 566 veces al día. Esto significa que nuestras mentes están constantemente buscando estímulos, haciendo difícil la concentración profunda en cualquier actividad.El neurocientífico Robert Sapolsky lo dice claramente: “La capacidad de concentrarse se ha convertido en una de las mayores luchas de la era moderna”. La ciencia confirma que el bombardeo constante de estímulos digitales altera nuestros patrones cerebrales, reduciendo nuestra eficiencia cognitiva. Cada vez que nos dejamos interrumpir, el cerebro requiere hasta 30 minutos para reenfocarse y retomar el curso de acción. En términos laborales, estos reprocesos representan horas de productividad perdida.Este fenómeno de ruptura de foco constante tiene un impacto directo en nuestra capacidad para tomar decisiones y actuar con claridad. Cada vez que nos desconectamos de una tarea, el cerebro experimenta lo que podríamos llamar un apagón momentáneo en la corteza prefrontal, justamente la región responsable del razonamiento y la planificación. Perdemos el hilo de lo que estamos haciendo y nos vemos en la necesidad de reiniciar el proceso. Los costos de esta desconexión no solo se reflejan en el desempeño individual, sino también en las organizaciones. Las empresas gastan recursos considerables para su desarrollo, pero si no se aborda el problema de raíz, los resultados se diluyen: ¿cómo podemos cultivar pensamiento estratégico si carecemos de los datos que nos permiten establecer conexiones significativas? ¿Cómo generar innovación si no hemos comprendido profundamente las necesidades reales de nuestros clientes? ¿Cómo seguir avanzando en el aprendizaje si saltamos de un tema a otro sin integrar lo aprendido? El impacto en términos de evolución y crecimiento corporativo puede ser alarmante y, aún más, si se considera su conexión con la dimensión económica; las interrupciones constantes generan una repercusión millonaria que afecta directamente los resultados de la empresa. Sin embargo, a pesar de los datos y las advertencias, seguimos permitiendo que la carencia de enfoque gobierne nuestro día a día. La dispersión también tiene un efecto directo en la cultura y el liderazgo. Un líder que no puede mantener su presencia limita su capacidad para inspirar, movilizar a su equipo y alcanzar objetivos. No se trata solo de habilidades técnicas sino de escuchar de manera activa, tomar decisiones asertivas y actuar de manera coherente. Nada más frustrante que tratar de ser escuchado por alguien cuya mente está en otro lugar. Esta conducta, que a su vez representa ausencia de empatía, genera una cultura de desconexión, precisamente, en un entorno donde la conexión humana es clave. Mientras la tecnología avanza, la mayor amenaza para el progreso individual, organizacional y como sociedad es perder lo que realmente nos distingue como seres humanos: nuestra capacidad de conectar, pensar y actuar con claridad. Es vital que reconozcamos este desafío y promovamos un entorno donde la concentración y la presencia sean prioritarias. Sin esto, los talentos no pueden florecer y las organizaciones nunca alcanzarán su máximo potencial. Ser productivos no significa hacer más, sino hacer mejor. En lugar de seguir perdiéndonos en los estímulos externos no trascendentes, volvamos a liderarnos, a ser dueños de nuestra atención, para que, al final, no sean las distracciones las que sigan guiando nuestra vida y nuestro trabajo. En medio de tanto ruido y caos, estamos a tiempo de aprender a bajar el volumen para encontrar la serenidad que nos permitirá avanzar con visión y sabiduría.Yukari Sawaki, gerente de Desarrollo Humano y Organizacional de Negocio Cárnicos – Grupo Nutresa
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