Las mujeres del vallenato que cambiaron el ritmo

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Todas hemos escuchado sobre el vallenato. Las mujeres casi nunca aparecemos como las cantoras, sino como las musas a las que se les canta. Sí, lo hacen, como amores imposibles o personajes secundarios de un canto masculino. Pero en cada estrofa, en cada acorde, hay una mujer que ha estado —aunque no siempre haya sido reconocida—, tocando su propio ritmo, abriendo caminos en un género que históricamente ha sido patriarcal.Desde las griots africanas que contaban la historia de sus pueblos, hasta las poetas enclaustradas en conventos medievales, el arte ha sido sostenido por voces femeninas muchas veces silenciadas. En Colombia, esa sombra también ha alcanzado al vallenato, ese sonido que nació entre caminos polvorientos y acordeones prestados, donde ser mujer y ser juglaresa han parecido contradictorios.Y sin embargo, nosotras siempre hemos estado aquí.Gracias a mujeres como Consuelo Araújo Noguera, la inolvidable Cacica, el vallenato no solo se cantó: se institucionalizó. Ella fue fundadora del Festival de la Leyenda Vallenata y exigió, desde los años 60, que la cultura no fuera propiedad exclusiva de los hombres. Antes que ella, figuras como Concepción Loperena, símbolo de autoridad en el Magdalena Grande, nos mostraron que el liderazgo femenino en el Caribe no es nuevo: solo ha sido invisibilizado.Las pioneras como Rita Fernández Padilla y Cecilia Meza Reales, fundadoras del grupo Las Universitarias, no se conformaron con acompañar canciones: las escribieron, interpretaron y grabaron…Ese bello poema que hoy, en la era woke, casi nadie puede comprender: Sombra perdida, de Rita Fernández:¿Qué fuiste tú para mí?/ Un grito que se ahogó en la distancia/Un sol que murió con la tarde.Un cielo colmado de estrellas/ En noches veraneras, fuiste tú para mí/ Tú fuiste el ave de paso/ Que vino a posar en mi vida. Otra mujer, Patricia Teherán, con su voz inquebrantable, se lo entonó al mundo: nosotras también sentimos, sufrimos y decidimos. Hoy, su legado resuena en voces como Ana del Castillo, Karen Lizarazo y Margarita Doria, que siguen en busca del camino entre estigmas y micromachismos que quizás no sean tan micro. Aún así, los números hablan: menos del cinco por ciento de participantes en el Festival de la Leyenda Vallenata son mujeres acordeoneras. Jurados, productores, medios, agrupaciones siguen estando dominados por hombres.Pero el vallenato no se transforma si no lo dejamos tocar por otras manos. Y la transformación necesita del talento femenino: de las que cantan, de las que escriben, de las que enseñan, producen, organizan y lideran detrás de bambalinas. Como lo ha hecho Demys Pacheco, directora de Diario del Norte; Milagros Villamil, mánager de agrupaciones; o Claudia Elena Vásquez, quien impulsó la internacionalización del vallenato junto a Carlos Vives.Y yo misma, desde el corazón de Valledupar, he vivido ese llamado. Como directora del Museo El Cocha Molina y cofundadora de la Academia Huellas del Maestro, he acompañado a más de 3.000 jóvenes a aprender a tocar acordeón. Algunos lo hacen como juego, otros como acto de fe, como la pequeña Jenny Cabello, quien le ganó a un maestro en categoría infantil y hoy toca en su iglesia, convencida de que la música también es oración.También soy autora del libro Estrella Binaria, donde escribí lo que tantas veces se nos ha negado: la historia de un juglar contada por una mujer. Porque lo que no se escribe, se olvida.Por eso escribo: para hacer sonar, para contar otras historias, para abrir espacios, para dejar de romantizar nuestro silencio y empezar a amplificar nuestra voz.Porque sí: nosotras también tocamos este acordeón. Y cuando lo hacemos, cambiamos el alma de esta tierra.Julieth Peraza Torres, gestora cultural, escritora y directora del Museo El Cocha Molina

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