Edna Juliana Rojas Hernández

Durante décadas divorciarse en Colombia fue una carrera de obstáculos. La ley, profundamente protectora de la institución matrimonial, obligaba a quien deseaba poner fin a su vínculo a demostrar causales específicas: infidelidad, maltrato, abandono u otras formas de quiebre grave. En la práctica, eso implicaba revivir experiencias dolorosas o resignarse a convivencias insanas porque no podía irse con el temor de dejar a sus hijos o de una acusación de abandono.Más adelante, la posibilidad del mutuo acuerdo alivió el proceso, pero mantenía una exigencia: el consentimiento de ambos cónyuges.

Aunque para muchos la sostenibilidad suena a promesa lejana o cuestión de retórica, para mí es un valor central que, no solo debe ser medible en cifras, sino representativo del futuro que queremos construir. En la industria de la seguridad este concepto ha sido históricamente subestimado o directamente ignorado. Pero hoy cobra un sentido urgente y transformador.Liderar en este sector ya no puede limitarse a garantizar resultados operativos o financieros.

¿Por qué competimos entre nosotras? Durante décadas, las mujeres han luchado por conquistar espacios en el ámbito profesional. Y aunque los avances son innegables, aún persisten barreras invisibles que nos dividen. Una de ellas es la competencia entre nosotras. Esta rivalidad no siempre surge de lo personal; muchas veces, es el reflejo de una cultura que nos enseñó que solo hay espacio para una mujer en la cima. Desde temprana edad, se nos ha condicionado a ver a otras mujeres como rivales, no como aliadas.

He aprendido que los trastornos alimentarios no siempre se notan. A veces se ocultan detrás de una sonrisa, un “ya comí” o una rutina estricta de ejercicios. Otras veces, detrás del silencio incómodo que produce hablar del cuerpo. Porque hablar del cuerpo, sobre todo si eres mujer, es tocar un terreno oscuro: desde los estereotipos, el juicio y la exigencia constante.Desde muy joven entendí que para muchas mujeres el cuerpo no es simplemente un vehículo, sino una carga. Una batalla diaria entre lo que somos y lo que se espera que seamos.

Retomando el valioso mensaje de Michelle Obama: “No hay límites para lo que nosotras, como mujeres, podemos lograr”, estoy convencida de que hoy esta afirmación desde el ámbito empresarial cobra más fuerza que nunca. Durante décadas, el sector energético ha sido el reflejo de los desafíos que enfrentamos las mujeres en el mundo laboral, pero también ha sido escenario de nuestras conquistas.

Mucho se ha hablado sobre el síndrome de la impostora y cómo puede influir en nuestras vidas hasta hacernos responsables, en gran parte, de lo que nos sucede. La vulnerabilidad no es el opuesto de la fuerza: es su raíz más profunda.De hecho, estudios publicados en Journal of General Internal Medicine estiman que hasta el 82 por ciento de las personas han experimentado el síndrome del impostor en algún momento de su vida, atribuyendo sus logros a factores externos como la suerte, en lugar de reconocer sus propias capacidades y esfuerzos.

A pesar de los avances en igualdad de género, el mundo corporativo en América Latina aún enfrenta desafíos. La disparidad comienza con la participación laboral: según la OIT, la tasa para las mujeres es del 51,8 por ciento, muy por debajo del 74,4 por en hombres. Esta brecha se agudiza con la diferencia salarial, donde las mujeres ganan 77 centavos por cada dólar que gana un hombre. El acceso a puestos de liderazgo sigue siendo limitado: según el BID, las mujeres ocupan apenas el 15 por ciento de los cargos directivos y son dueñas de tan solo el 14 por ciento de las empresas.

Algo no encaja. Llevamos siglos perfeccionando un sistema educativo que premia la obediencia y penaliza la imaginación. Y luego nos sorprendemos de formar generaciones que tienen miedo de pensar diferente. Seguimos enseñando como si el mundo fuera un examen de opción múltiple, cuando en realidad es un lienzo en blanco esperando ser reinventado.Hoy formamos profesionales que saben seguir instrucciones al pie de la letra, pero no saben qué hacer cuando no hay instrucciones. Les damos manuales para el éxito en un mundo donde el éxito ya no se fabrica en serie.

En Colombia, hablar de política sigue siendo para muchos un terreno minado. El temor a represalias, el miedo a perder clientes o alianzas, o incluso la autocensura aprendida, hacen que gran parte del empresariado evite pronunciarse públicamente sobre asuntos que, sin embargo, moldean el entorno donde operan nuestras empresas y viven nuestros colaboradores.