En Medellín, en pleno auge del punk paisa, Nadie eligió otro camino. Mientras muchos escupían la bandera patria o se regodeaban en charcos de lodo y cerveza tibia, la banda fundada en 1994 apuntó el dedo hacia adentro: la rabia, la soledad, la podredumbre de la existencia. Treinta años después sigue siendo un caso raro en la escena: incómoda porque no ofrece panfletos fáciles ni himnos de barricada, sino un espejo áspero donde se refleja lo que nadie quiere ver. Este 23 de agosto en el Boro Room de Bogotá, la banda liderada por Julián Velázquez celebrará su aniversario junto a Triple X y Victimized, reafirmando que el ruido también puede ser un arma contra uno mismo. O, también, la única tabla de salvación para el naufragio entre rostros anónimos que igual y quieren hacernos daño. View this post on Instagram A post shared by Lacopyrat Colectivo (@colectivolacopyrat)Hablar de Nadie es hablar de una banda cuya historia se ha escrito a partir de sus desplazamientos. Medellín, Bogotá, Barcelona o Buenos Aires no son simples lugares de paso: cada ciudad dejó huellas concretas en su sonido. En tres décadas de trabajo, la agrupación fundada por Velázquez ha entendido que el punk no se limita a un estilo fijo, sino que se transforma en diálogo con los espacios y los contextos que habita. Nadie nace de la necesidad de expresarme, de señalar el hartazgo con esa violencia recurrente. Había un descontento general, una bruma, una cosa oscura. Lo que hacíamos con nuestra música era dar luz, romper con todo eso.Julián VelázquezNacida en el epicentro de la gramática de la tragedia, en el momento justo de la caída de Pablo Escobar, Nadie ha encontrado la manera de conectar más allá de la violencia, tocando corazones sanguinolentos con acordes incisivos que, sin embargo, ofrecen luz y sosiego. “En los ochenta y principios de los noventa, Medellín era una ciudad cargada de bombas, violencia, muerte, sangre, terrorismo, balas”, recuerda Velásquez. “Nadie nace de la necesidad de expresarme, de señalar el hartazgo con esa violencia recurrente. Había un descontento general, una bruma, una cosa oscura. Lo que hacíamos con nuestra música era dar luz, romper con todo eso”.En ese entonces la referencia inmediata era el punk paisa, heredero de la tradición marcada por un sonido chatarrero y nihilista de bandas como Peste y Mutantex. Pero, al mismo tiempo había un trasfondo que venía de la música popular latinoamericana, recogida en el contexto del rock en la mixtura que presentaba la banda liderada por Flavio y Vicentico, los Fabulosos Cadillacs. “Creo que de ahí viene esa influencia… salsa, son cubano, sonido latino… lo tenemos en el oído desde siempre, porque crecimos con eso. Es un sonido muy surfero, también muy gitano. Esa mezcla, que puede venir hasta de África, se resume por este lado con los tambores y los vientos”, anota Velázquez. Esa base explica por qué Nadie no se ajustó al molde ortodoxo del punk, sino que lo expandió para incluir nuevos sonidos más allá de los tres acordes que caracterizaron al género en sus primeros momentos y que aún construyen el imaginario social de este sonido.Así mismo, la agrupación rehuía de los delirios de grandeza que caracterizan a las estrellas de rock en el imaginario público. En vez de vanagloriarse con las crestas como el plumaje tornasol del pavo real, la banda buscaba que la distancia entre la tarima y el público fuese exigua, que el espectador sintiera que la única diferencia entre él y los músicos, fuera el hecho de que la banda de Velásquez se había atrevido a dar el salto. “Tu destreza en las manos es de admirar, pero no para que te creas un héroe musical. (…) Sólo es cuestión de creatividad, un poco de destreza, me la voy a sollar”, sentencia “Cuestión de creatividad”, el corte que abre su debut auto titulado de 1997, sobre su contexto musical inmediato. El disco agotó rápidamente todas sus copias a nivel nacional, hito poco probable para una agrupación emergente que había tenido que recurrir al erario familiar para publicar y promocionar el lanzamiento. “Todo eso fue lo que hizo que yo ya creyera en esto”, recuerda Velázquez, quien devolvió el préstamo a su padre, cerca de cinco millones de la época, céntimo a céntimo. Esto después de que jóvenes que escondían los huesos fríos en pesadas chamarras de cuero en Cali, Manizales, Bogotá y Medellín no dejaran ninguna copia disponible en las tiendas independientes.Entendiendo que el proyecto tenía una proyección real en un ecosistema musical previo a las redes sociales, Velázquez emprendió su primer viaje artístico y emocional, enfilando hacia el viejo continente en busca de nuevos sonidos. Europa llegó con Barcelona y un contacto directo con la tradición del punk ibérico. La experiencia se tradujo en Carne Trémula, un disco crudo que amplió los márgenes sonoros de Nadie en 2002. “Carne Trémula nace a partir de ese viaje que yo hago a España, a Barcelona, para estudiar sonido. Hubo una explosión interna de querer hacer ese disco ya”, explica sobre esta estancia en que nacieron los coros de “Emilio dice” y “Lo que no se olvida” y las maquetas de cuatro o cinco canciones. “Volví a Medellín y terminé el álbum… muy crudo, muy punk, con ese corte rocanrolero que siempre ha estado en Nadie”, añade. El disco se grabó en formato trío y tiene una crudeza visceral que lo ha convertido en uno de los lanzamientos favoritos de quienes siguen a nadie Nadie. Influenciado también por la escucha de reggae y blues por parte de Velásquez, además de sus primeros aprendizajes como ingeniero, el disco será reeditado a finales de este año en vinilo. Luego llegaría Me sabe a sangre el corazón, un EP breve y contundente que reafirmó la veta poética de la agrupación. Con este lanzamiento de 2003 Nadie abrió una grieta dentro del sonido que había cultivado hasta entonces. El disco mantiene la velocidad y crudeza del punk medallo, pero se atreve a experimentar con estructuras rítmicas ajenas al género, como el reggae en “La sangre de los bastardos”. Esa decisión no fue un desvío oportunista sino una declaración de principios: la banda no entendía el punk como un purismo sonoro, sino como un campo de libertad para ensuciarlo con lo que tuviera a mano. El resultado fue un álbum que, sin abandonar la rabia, mostró a Nadie dispuesto a ensanchar los márgenes de una escena que ya había jugado con la hibridación de géneros en el sonido de la Mojiganga o incluso en las presentaciones en vivo de Nadie en las que a veces aparecía un saxofonista.La búsqueda que se insinuaba en Me sabe a sangre el corazón alcanzó una síntesis en Verdades y mentiras (2006). Allí Nadie consolidó una década de trabajo y afinó un lenguaje propio: un punk áspero, directo, que no necesitaba recurrir a a lugares comunes para sostener su fuerza. El disco funciona como cierre de la primera etapa de la banda y como punto de partida para un cambio de geografía y de ánimo, pues tras su publicación Julián Velázquez se trasladó a Bogotá, escenario que daría forma al rabioso Monólogo de un perro con bozal.El paso por la capital dejó otro registro. La capital fue un escenario duro y de ese choque surgió el último álbum de la banda, probablemente el más visceral de su trayectoria. “En ese momento yo estaba pasando por una etapa muy oscura. Pasé de una etapa de meditación y de mucha tranquilidad a una etapa oscura totalmente. De estar metido en barrios que ya ni recuerdo el nombre Fue una apertura muy fuerte, pero muy productiva y brutal”, añade el compositor conforme recuerda que fue en Bogotá pudo colaborar con músicos legendarios de la escena como Alejandro Duque. “Yo creo que como artista mentir es muy muy difícil. Hay artistas que mienten pero, en este caso, siendo Nadie lo que es, no podía mentir. Fue una época de mucha reflexión y de sacar mucha mierda hacia fuera, mucha oscuridad, cosas muy densas. No maté, no robé, pero sí viví ciertas cosas de la noche que no había vivido en Medellín”.Buenos Aires, en cambio, abrió un espectro mucho más amplio. Ahí Velázquez se refugió y conectó con el tango, el folklore y el son cubano. Ese mestizaje entró de lleno en la música de la banda. “Buenos Aires sí que me cambió la vida. Cuando menos pensé ya estaba haciendo sonido para teatro, orquestas de tango, giras. Pero también me fui a tocar al subte, a plazas y bares… ahí conocí a un venezolano que me empezó a enseñar a hacer tumbados de son cubano, de salsa. Empezamos a mezclar folklore argentino con trombón y se cagaba de la risa cuando la embarraba. Escuché mucho merengue, mucha salsa, mucho sonido latinoamericano y eso inevitablemente termina metiéndose en la música que hago con Nadie”. De este viaje a la capital argentina no resultaría un disco sino una sofisticación en todas las otras áreas del sonido en las que Velázquez todavía no era docto, como el sonido de sala. El regreso a Colombia significó consolidar esas búsquedas. “Creo que todo ese bagaje de haber pasado por Medellín, Bogotá, Barcelona y Buenos Aires le dio a Nadie un sonido que no es purista. Somos punk, pero nos hemos permitido meter reggae, ska, ritmos latinos, blues, rock and roll… y eso es por los lugares y las personas que hemos conocido. Cada ciudad te da un color y un ánimo diferente y eso se siente en cada disco”. Esta es quizá la mejor manera de entender a Nadie: como una banda que ha hecho del punk un territorio abierto, permeable y en permanente mutación. “Creo que es muy necesario para un artista hermano salir de su lugar, desacomodarse. La comodidad creo que mata mucho el arte”, concluye Velázquez.
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