El sentido de humildad de esta comunicadora caleña empezó a formarse muy temprano. Luego de su primera infancia con todas las comodidades, hubo un detonante que cambió drásticamente el panorama: atrás quedaron algunos lujos y cosas materiales, que le hacían ver el mundo de otra manera. Tuvo que aprender a vivir fuera de la burbuja. Con los ingresos de su primer trabajo se fue a vivir sola a los 17 años. Su abuelo, Paco Luna, un reconocido periodista radial de Cali, le reafirmó su pasión por la comunicación cuando la acercó a los micrófonos y la ayudó a dimensionar el impacto de esta carrera. Para trabajar de cerca con las comunidades, como lo anhelaba, cursó posgrados en Desarrollo y Cambio Social, Gestión Sostenible y Gerencia en Gobierno y Gestión Pública en la Universidad de los Andes. A los 25 años fue nombrada directora de fundraising de su alma mater, la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá. Allí lideró la estrategia de donantes para apoyar con alimentación, transporte y materiales a los beneficiarios del programa ‘Ser pilo paga’. “Cuando asumí el cargo dije: ‘En qué me metí’. Pero gracias a mi personalidad y destreza, pude acercarme a los presidentes de varias compañías. En este rol conecté con mi propósito de ayudar a la gente”. Desde enero de este año es la directora de Sostenibilidad de Fe y Alegría a nivel nacional, una fundación que trabaja para que comunidades vulnerables accedan a una educación de calidad y consigan una promoción social. Su tarea es liderar la captación de recursos de donantes, directamente o mediante líneas de crowdfunding (financiación colectiva), y coordinar iniciativas con el Estado, la sociedad civil y las empresas. “Preocuparse por los demás no es cuestión de un cargo. Mi rol contribuye con la educación de un país, para darles las oportunidades correctas a las personas correctas”, puntualiza con orgullo y con su actitud cercana. Su trayectoria le ha permitido entender que tiene un corazón más grande de lo que pensaba. Quizá demasiado. Por eso, su mamá le compartió un par de libros para que aprendiera a decir ‘no’ con diplomacia. Pero fue la maternidad la que le dio las agallas para aprender a poner límites más claros. Sus hijos, Antonia y Matías, de 5 años y 10 meses, respectivamente, le enseñaron a negarse a ciertas cosas, para poder entregarles más tiempo y atención. No en vano asegura que hay una Alejandra antes y otra después de la maternidad. Su propósito de vida no está orientado a ser una CEO, sino a disfrutar del proceso cómo le han transmitido su papá y su esposo. “Vivir en gratitud es donde está el verdadero sentido del ser. Veo desdibujada la meta de cumplir lo que otros quieren, porque la esencia es vivir feliz”.
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