Como lo había prometido, este primero de mayo el presidente Gustavo Petro radicó el texto que contiene las 12 preguntas de la consulta popular, que pretende que se adopte parte de la reforma laboral que se hundió en tercer debate en el Senado de la República.Con una plaza de Bolívar llena por la minga indígena, los sindicatos, los funcionarios del Estado y, por supuesto, ciudadanos que apoyan la iniciativa del Gobierno, el presidente Petro subió a la tarima a defender su decisión de someter a las urnas la aprobación de su reforma laboral. Y también, tal como lo prometió, llevó a esta plaza la espada de Bolívar.“No tengo más que corazón para amarlos, y una espada para defenderlos”, dijo Petro, repitiendo las palabras del libertador, antes de desenvainar la espada. Luego, con las manos enguantadas, y frente a una multitud que lo aplaudía, el presidente Petro levantó con las manos la espada: “Ha llegado la hora del pueblo, llegó la hora de la decisión. El Senado va a observar de frente, a los ojos de su jefe, el pueblo… El pueblo le ordena aprobar la consulta, y sirvo de mensajero como presidente de la república de Colombia… La espada de Bolívar nos comanda y nos guía en esta lucha por los derechos y la libertad del pueblo. La espada los guía y quiero, en su honor, entregársela al pueblo”. Además de la espada del Libertador, el presidente Petro ondeó la bandera llamada “de guerra o muerte”, que fue la bandera que adoptó Simón Bolívar después de que emitió el Decreto de Guerra a Muerte (1813) en Trujillo (Venezuela), por medio del cual se ordenó fusilar a cualquier español sin piedad. Era el símbolo de que se iría hasta las últimas consecuencias en la guerra de independencia. Mientras el presidente Petro alzaba la espada, atrás sus ministros, dentro de los que resaltaba Armando Benedetti, lo aplaudían sin cesar, al igual que lo hacía su hija Antonella; Laura Ojeda, la esposa de su hijo Nicolás; la directora del Dapre, Angie Rodríguez; la senadora guajira Martha Peralta, investigada por el escándalo de la Unidad de Riesgo, y otros congresistas del Pacto Histórico, entre muchos.El discurso del presidente fue pendenciero, llegando incluso a afirmar, sin siquiera inmutarse, que la muerte de Alberto Peña, un líder social asesinado en Cauca mientras promovía la consulta, fue consecuencia de la negativa del senador Miguel Ángel Pinto de votar a favor la reforma tributaria, y le dijo a la senadora Nadia Blel: “Aunque no ordenó este asesinato, la sangre de Alberto la ensucia a usted y a su familia”.El presidente Petro convirtió este discurso en una constante advertencia a los congresistas de que si no dan vía libre a la consulta popular, serán “derrocados por el pueblo”. Y remató: “Quien no vote la reforma es un HP esclavista”.El mandatario de los colombianos ha convertido el debate público en una constante de advertencias, lugares comunes y groserías. No hay ya (a estas alturas pareciera que nunca lo hubo) ni un solo discurso del presidente Petro que tenga algún tono conciliador, una propuesta por construir o un llamado a la calma. Sus discursos están cada vez más cargados de insultos, de incitación, de burla. Una perorata cargada de lugares comunes y palabras repetidas: oligarquía, nazis, medios hegemónicos, Miami, sangre, ricos, pobres y pueblo; siempre el pueblo. Y dentro de esta repetición sin límite, menciona una y otra vez a Bolívar, a la defensa de la libertad y, de nuevo, “al pueblo”.El presidente Petro quiere emular al Libertador Simón Bolívar, pero lo cierto es que cada vez se parece más bien a Hugo Chávez. Aunque en campaña siempre negó ser afín al nefasto presidente de Venezuela que llevó a su país a la desgracia, Petro luce cada vez más como él: su obsesión bolivariana, la chabacanería de su discurso, la insistencia en alimentar el odio de clases, el desprecio por los empresarios y la referencia “al pueblo”, que es soberano y que, por supuesto, él encarna. “Cantan los pueblos, canta nuestro pueblo: ¡alerta, alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina! Hoy más viva que nunca. Más viva y desenvainada en batalla, por la vida de la patria, por la vida de los pueblos”, declaraba Hugo Chávez el 2 de febrero de 2009, mientras, por supuesto, desenvainaba también la espada de Bolívar. “Queremos que sepan que estamos decididos. Que hay un presidente de Colombia, comandante en jefe de la fuerza pública, elegido por el voto popular por las clases populares de Colombia, que está decidido a que haya democracia en Colombia o aquí cambiamos las instituciones”, dijo Gustavo Petro.El presidente de Colombia luce cada vez más fuera de sí. Sus discursos son difíciles de seguir, plagados de ideas deshiladas y llenos de risas fáciles y aplausos eufóricos. Es un mandatario al que no le importa pasar por encima de todos para lograr lo que quiere. Un mandatario que no ha podido explicar sus constantes ausencias y reiteradas tardanzas, ni sus mensajes eternos llenos de romanticismos cursis. Un presidente que niega tener problemas de adicción a las drogas, pero que es capaz de romper las relaciones con Estados Unidos a través de un trino de madrugada.Petro luce cada vez más como un populista, un charlatán que dice cosas sin sentido, para que todos rían. Un manipulador que dice cosas que sabe indignan, como afirmar que le cancelaron la visa a Estados Unidos, a sabiendas de que no son ciertas. Un radical que prefiere nombrar en los altos cargos de Estado a sus más seguidores fieles, sin importar que no tengan las capacidades.Petro no se parece a un libertador. Más bien, cada día luce más como un tirano.