En Colombia, la democracia no muere de un día para otro. Se va erosionando, primero con discursos incendiarios, luego con reformas que consoliden poder y, finalmente, con el silencio —voluntario o forzado— de sus opositores. La muerte de Miguel Uribe Turbay es mucho más que una tragedia personal: sería un síntoma de que el proyecto democrático colombiano está en cuidados intensivos. Luis Carlos Galán sentenció en 1989: “Cuando se mata a un hombre por sus ideas, se entierran con él muchas de las ideas que podían cambiar un país”.