Simón Gaviria

En Colombia, la democracia no muere de un día para otro. Se va erosionando, primero con discursos incendiarios, luego con reformas que consoliden poder y, finalmente, con el silencio —voluntario o forzado— de sus opositores. La muerte de Miguel Uribe Turbay es mucho más que una tragedia personal: sería un síntoma de que el proyecto democrático colombiano está en cuidados intensivos. Luis Carlos Galán sentenció en 1989: “Cuando se mata a un hombre por sus ideas, se entierran con él muchas de las ideas que podían cambiar un país”.

El atentado contra Miguel Uribe Turbay no es solo un acto inaceptable de violencia política. Es una advertencia. No solo contra él, sino contra todos los que creemos en la democracia, la alternancia y la defensa del Estado de Derecho. La polarización dejó de ser una figura retórica para convertirse en amenaza concreta. Lo que antes se resolvía en debates, hoy se arriesga en emboscadas. Si este deterioro continua cuatro años más, Colombia tendría el riesgo de perder su democracia. Todos tenemos amigos venezolanos que nos lo recuerdan. En el 2026 se requiere un cambio de rumbo.