Murió Miguel Uribe Turbay

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En Colombia, la democracia no muere de un día para otro. Se va erosionando, primero con discursos incendiarios, luego con reformas que consoliden poder y, finalmente, con el silencio —voluntario o forzado— de sus opositores. La muerte de Miguel Uribe Turbay es mucho más que una tragedia personal: sería un síntoma de que el proyecto democrático colombiano está en cuidados intensivos. Luis Carlos Galán sentenció en 1989: “Cuando se mata a un hombre por sus ideas, se entierran con él muchas de las ideas que podían cambiar un país”. Con Miguel muere un puente entre personas que opinan diferente pero que defienden la democracia, personas que las une el amor por Colombia. Con Miguel compartí el inicio de su carrera política. Vi de cerca su disciplina, su capacidad técnica y su vocación de tender puentes donde otros preferían levantar muros. A pesar de hacer oposición al alcalde Gustavo Petro, era querido por sus compañeros concejales; aun desde la oposición, sacó adelante proyectos de acuerdo con la fuerza del positivismo y el diálogo. Como secretario de gobierno, aun con la oposición, encontraba espacio después de arduos debates para una cerveza o comentario amable. Para Colombia, Miguel hubiera sido lo que Emmanuel Macron fue para Francia en 2017: un rostro joven, con bagaje técnico, capaz de romper el monopolio de los extremos. Como presidente, estoy seguro de que hubiera logrado consensos para sacar adelante las reformas que necesita el país. Qué tristeza que en Colombia se pierda el derecho a pensar diferente; ellos tenían ganas de silenciar a los que nos unen porque temen que una nueva mayoría logre el verdadero cambio.Hoy, más del 70 % de los países que han visto desaparecer físicamente a figuras de oposición moderada terminan con retrocesos democráticos. Lo muestran estudios del V-Dem Institute: la eliminación de voces puente consolida el poder de los extremos, deteriora la calidad institucional y acorta la vida útil de las democracias. Colombia no sería la excepción, Nicaragua y Venezuela ofrecen la partitura. Como mínimo puede ser este un momento de reflexión para líderes de los extremos ideológicos de reconocer la humanidad de sus contradictores. Sabiendo que la retórica de odio y falsas denuncias da más likes, así —lentamente— muere la democracia.Su ausencia deja un vacío político. En un Congreso que parece más interesado en las redes sociales que en las cifras, Miguel aportaba sustento. Mientras el Gobierno Petro aumentó el gasto público en cuatro puntos del PIB sin respaldo en crecimiento —y con la inversión cayendo del 22 al 18 % del PIB en dos años—, él insistió en un control riguroso de las cuentas y en advertir sobre los riesgos de reformas como la laboral y la pensional. No era hablar mal de Petro, era hacer oposición. Pero lo más grave sería el mensaje. La historia política colombiana ya ha vivido este libreto: Jorge Eliécer Gaitán (1948), Luis Carlos Galán (1989), Álvaro Gómez Hurtado (1995). En todos los casos, la violencia contra líderes moderados abrió paso a ciclos más violentos, gobiernos más autoritarios o pactos excluyentes. En todos, la democracia perdió más de lo que ganó. Ahora que tenemos estos idus de marzo, el temor es que es el inicio de un capítulo de asesinatos y secuestros para los opositores. No apoyar la paz total es un riesgo.Si algo caracteriza al Gobierno Petro es su ambigüedad frente a la violencia política. Rápido para culpar al “establecimiento” de todos los males, lento para condenar de manera contundente la agresión contra opositores. La seguridad de quienes disienten no debería ser un favor condicionado, sino una obligación constitucional. No proteger a Miguel Uribe Turbay —o a cualquiera en su posición— sería equivalente a abandonar la garantía más básica de la democracia: que las ideas se enfrenten en las urnas, no en las funerarias. Es horrible escuchar a María Claudia decir cómo Miguel, en su aniversario, le prometía que una vez él fuera candidato finalmente iban a lograr algo de protección para su hijo Alejandro.En política, la pérdida de un opositor con legitimidad no solo debilita a su sector: fortalece la narrativa del poder que lo sobrevivió. Un Petro sin Miguel Uribe Turbay en el tablero tendría menos contrapesos técnicos, más espacio para la improvisación y menos incentivos para moderarse. Y eso, en un país que ya enfrenta una economía desacelerada, un desempleo juvenil del 17,2 % y una inseguridad en alza, es un lujo que no podemos permitirnos.El asesinato de Miguel Uribe Turbay, más allá del dolor humano, sería la confirmación de que Colombia está perdiendo algo más que un hombre: está perdiendo la convicción de que se puede hacer oposición y seguir vivo para contarlo. En la localidad de Kennedy, me tocó el primer discurso político de Miguel, pero nunca imaginé que ese destello de positivismo incomodara tanto que lo tuvieran que mandar a silenciar. Es la amenaza de cambio a lo que ellos le temen. Hoy me despido de un líder del país, pero más que un líder, un gran amigo. María Claudia, lo siento mucho.

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