Gastronomía
Celia a la carta / 'El condimentario', columna de Margarita Bernal
María Jimena Delgado Díaz
25 de octubre 2025 , 04:38 p. m.
25 de octubre 2025 , 04:38 p. m.
Celia a la carta / 'El condimentario', columna de Margarita Bernal
Para la experta, la cantante Celia Cruz, la Reina de la Salsa, sigue siendo el ingrediente irremplazable en la receta de nuestra identidad latina.
Margarita Bernal
Hay voces que permanecen como el aroma de los tamales en la mañana o el toque de salsa de tomate, comino y sal que transforma un plato en algo memorable. A cien años de su nacimiento, Celia Cruz, la Reina de la Salsa, sigue siendo el ingrediente irremplazable en la receta de nuestra identidad latina.
Ella no solo cantaba: cocinaba con palabras, mezclaba metáforas como quien prepara un sofrito y servía el alma en cada acorde. Su famoso grito, “¡Azúcar!”, nació cuando un camarero en Miami le preguntó si quería endulzar su café. Tan dulce como el melao, respondió: sí, con un "¡Azúcar!" tan rotundo que se convirtió en su sello, en ese dulzor que equilibra lo agrio de la nostalgia del exilio.
Entre sus canciones se sirve un banquete de sabores: Salsa de tomate, La sopita en botella, El pescador, Sazón, El yerberito moderno, Azúcar negra, Maní tostao y muchas más. Celia convirtió la cocina en melodía y el ritmo en vida.
Recorrerlas es como abrir el recetario de una abuela que guarda en cada verso el sabor de Cuba, del Caribe entero.
Ahí están las sopas que se rinden cuando llega más gente, el pregonero de yerba santa, la pulpa de tamarindo –agridulce como un amor complicado–, y las jaibas frescas del pescador enamorado.
Cantaba sobre el yerberito con sus remedios mágicos, sobre pavos engordados con ilusión, sobre limón con menta para curar amores, con esa voz de caña y miel que transformaba cada ingrediente en un canto.
Nos enseñó que cocinar es un acto de resistencia, que preservar los sabores de nuestra tierra es mantener viva la llama de quienes somos.
Entendía que la comida no es solo alimento: es memoria, patria, revolución en un caldero. Y comprendía también que la salsa no es únicamente un ritmo para mover las caderas, sino una preparación que se cocina a fuego lento, que se prueba y que necesita el condimento de quien sabe lo que hace.
Cuando interpretaba aquello de “una taza de cariño, un chinchín de pimentón, revolverlo con ternura y dar besitos un montón”, no solo compartía su receta del amor: también nos recordaba que la mejor sazón está en la intención, en ese toque secreto que solo da quien cocina y ama con el alma.
El tiempo pasa, y su voz sigue siendo la pimienta indispensable de cualquier fiesta, la especia que aviva los sentidos. Porque la Guarachera de Cuba no se fue: se quedó en cada sopón que se comparte, en cada trago de ron que tomamos mientras tarareamos.
La vida, como la buena cocina, necesita ritmo y fuego. Y cada vez que gritamos "¡azúcar!", celebramos que hay legados que no caducan, que hay voces que son patrimonio de la humanidad, tan necesarias como el pan de cada día.
Gracias, maestra, por encender nuestra existencia. Por recordarnos que somos lo que comemos, lo que cantamos, lo que bailamos, lo que compartimos. Por enseñarnos que vivir sin gusto no es vivir y que la vida, efectivamente, es un carnaval. Buen provecho.