La mayoría de las juntas directivas se concentran en la eficiencia y la rentabilidad de corto plazo. He participado en muchas discusiones en las que, al hablar de sostenibilidad e impacto social, surge siempre el mismo dilema: ¿Invertimos o no en lo ambiental y lo social?Nada de esto tiene sentido si no pensamos en el largo plazo. Lo que en apariencia puede ser un ‘costo adicional’ termina convirtiéndose en una inversión con retorno tangible. La pregunta no es si vale la pena hacerlo mejor —más sostenible, de mayor calidad, con procesos responsables—, sino si tenemos el caso de éxito y la visión necesaria para sostener esas decisiones.En Grupo Contempo SAS, empresa familiar del sector inmobiliario, aprendimos que planear a largo plazo y más allá de dos o tres años nos libera de esa tensión. Al estar en la operación inmobiliaria, no solo en la construcción, y al pensar como empresa de familia cada ‘costo’ dejó de ser un obstáculo y se transformó en una inversión recuperable. Por ejemplo, durante los últimos 15 años en distintos proyectos hemos tenido importantes tasas internas de retorno (TIR, un indicador que mide la rentabilidad real de una inversión en el tiempo) y nos hemos dado el lujo de poder proyectar en el largo plazo. Nuestra certificación como Empresa B, en 2017, reforzó este camino. Estar en el top 10 global de compañías B es un reconocimiento que no solo nos valida como una de las mejores empresas para el mundo, sino que demuestra que el mercado aprecia las buenas prácticas.Sé que no todos los modelos de negocio están diseñados para el largo plazo, pero hay algo innegociable: la calidad. Con el tiempo, los mejores proyectos siempre serán aquellos que priorizaron calidad, sostenibilidad e innovación.Todo es cuestión de perspectiva. ¿Qué ocurriría si nuestro planeta fuera uno de los miembros de nuestra junta directiva? La marca Patagonia, por ejemplo, lo incluyó explícitamente entre sus stakeholders. O, sin ir tan lejos, ¿qué pasaría si invitáramos a nuestros hijos a esa mesa? Ellos, al final, recibirán las consecuencias de cada decisión, formen parte o no de la empresa.Si tenemos paciencia, podemos darnos el lujo de crear de manera regenerativa, ofreciendo los mejores productos a nuestros clientes, innovando con constancia, usando materiales con eficiencia y generando impacto positivo en toda la cadena de valor. El dilema del costo versus el beneficio desaparece cuando entendemos que la verdadera ganancia está en la permanencia.Lo digo con la experiencia de custodiar durante veinte años una empresa que nació en 1968 y fue fundada por un arquitecto con visión de legado, la cual merece sostenerse y nutrirse. El caso de negocio termina siempre por respaldar la decisión, pero para lograrlo necesitamos resistir la tentación del cortoplacismo.Pensemos a largo plazo y en el planeta que queremos dejarles a nuestros hijos. Por Alejandra Torres, fundadora y CEO de la Academia Musas
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