Tuve una buena charlada con un grupo de boomers que me llenó de ideas la cabeza. Se quejaban de la falta de compromiso y disciplina de los más jóvenes. Lo del compromiso ya lo había escuchado, pero quise profundizar en el otro tema. ¿Por qué falta disciplina?, pregunté con insistencia.Uno de ellos, que se pensionó hace cinco años, me dijo que le había costado mucho entender que basado en el derecho de “hago lo que quiero porque son mis decisiones, mi cuerpo, mi vida, mis decisiones”, no tenían rutinas serias a la hora de trabajar, no terminaban sus tareas a tiempo, no le daban importancia al respeto en sus grupos de trabajo y otros ejemplos que me dejaron pensando.Y es que una cosa es tener el derecho a cumplir sueños, a llevar la vida como quiero, y otra es pelear con la autoridad para hacer lo que se me dé la gana. La disciplina es un valor fundamental en cualquier sociedad, ya que permite a las personas establecer hábitos y rutinas que les ayuden a alcanzar sus objetivos y metas. Sin embargo, en la actualidad, pareciera que está pasando de moda, especialmente entre las nuevas generaciones. Pero ¿por qué sucede esto? Según mi análisis, y un poco más de búsqueda, una de las razones principales por las que la disciplina está perdiendo importancia es la falta de autoridad en la educación. En el pasado, los maestros y los padres eran figuras de autoridad que imponían disciplina y respeto en los niños. Sin embargo, hoy en día, parece que se ha perdido la noción de autoridad y se ha pasado a un enfoque más permisivo y flexible. Todo se vuelve un problema y no se puede “llamar la atención” a nadie porque es un riesgo interno de demanda o de seguridad mental para el otro. ¿Será que se nos va la mano? En algunos países, se ha eliminado la figura del maestro como autoridad y se ha pasado a un enfoque más centrado en el estudiante. Esto ha llevado a una falta de disciplina y respeto en las aulas. Uno de mis amigos de esta tertulia que les cuento me confesó que su hijo dejó de ser profesor porque era imposible la actitud de los alumnos y ya no sabía si querían aprender. Básicamente, el profesor, de ser un ídolo del conocimiento, pasó a ser un empleado que sale debiéndoles al estudiante y, a veces, a los padres.También entendí que, en algunas familias, los padres no establecen límites claros y no imponen disciplina a sus hijos. Esto puede llevar a que los niños crezcan sin una noción clara de lo que es aceptable y lo que no. Los más jóvenes crecieron pensando que la vida y el mundo les debe y ellos pueden pasar por encima de lo que sea para suplir sus necesidades individuales.Lo más curioso es que estamos normalizando estas conductas. En la sociedad en general, parece que se ha perdido la noción de autoridad y se ha pasado a un enfoque más individualista y permisivo. Esto, a mi modo de ver, está llevando a una crisis de autoridad y una falta de disciplina evidente en diferentes espacios sociales.El tema es que, siendo algo más de la cotidianidad, ya no se cuestiona y esto en un ambiente de trabajo puede llevar a baja en la productividad, dificultad en las relaciones sociales, problemas de salud y autocuidado. No podemos desistir en el proceso de entender a los más jóvenes, pero es imposible trabajar sin límites y sin respetar las reglas implícitas que tienen los equipos. La puntualidad, escuchar a otros, cumplir los compromisos, aguantar un poco más un dolor para estar en una reunión a tiempo son cosas que nos pueden fortalecer como individuos. Tal vez es una buena reflexión pensar en qué no podemos perder de las generaciones con más experiencia hoy. Debemos replantearnos si por no generar discusiones seguimos siendo permisivos. Hay que establecer límites claros, hablar con respeto, pero con claridad sobre lo que incomoda, fomentar la responsabilidad y modelar el comportamiento dentro de los equipos de trabajo hablando de frente y entendiendo bien las fronteras del bienestar del otro. Somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. “La excelencia entonces no es un acto, sino un hábito”, Aristóteles.