Semana dolorosa esta, me dijo una amiga cuando nos vimos en una videollamada. Me llamó a decirme que un evento al que me había invitado quizás debía cancelarse porque su jefe europeo tenía muchas dudas sobre lo que pasa en Colombia.Noté que su voz estaba realmente triste y ella, que a veces tiene un optimismo que los más centennials llamarían tóxico, esta vez se mostraba muy baja. Vicky nunca está triste, siempre ve el mundo con un brillo distinto, pero esta vez la sentí desanimada. La verdad es que tampoco supe qué decirle, porque creo que, para todos los que tuvimos que pasar de cerca por los ochenta, situaciones como la de esta semana nos llevan a un momento de oscuridad que preferimos olvidar. Guardé silencio y le dije: “Sí, todo esto es muy triste”.No quiero repetir lo que leí muchas veces durante esta semana: voces quebradas, tristes, algunas con odio y rabia y otras con una sincera desazón. Todo eso lo he pensado y sentido desde aquel día en que atentaron contra un precandidato presidencial, cuando un niño asesinó por no sé cuánta plata a un ser humano que creía que este país sí era viable. Todas esas voces que esta semana clamaron a través de blogs y columnas tenían algo en común: decían que “no podemos dejar que los violentos ganen, que se acabe la democracia, que el odio nos lleve a equivocarnos”. Todas estas frases y más las leí y releí durante estos días.El tema es que le ponemos la responsabilidad a otros. Estamos en un momento como país y sociedad muy difícil. Este nunca ha sido un país fácil, ni tranquilo, ni con problemas menores; eso está claro. Pero la sensación de que no tenemos rumbo nos está consumiendo, y esto no puede pasarnos.Hablando con Vicky le pregunté algo muy concreto, después de escucharla llorar por la tristeza de un país en el que están creciendo sus hijos. —Vicky, ¿qué vas a hacer tu?— Se quedó callada por un momento y miró para otro lado, no quiso mantenerme la mirada en la impersonal cámara. Después de unos segundos solo atinó a preguntarme. —¿Cómo así que voy a hacer?—. Le afirmé que, ante sus quejas, debía hacer algo; si sus hijos están aquí, tenía que hacer algo y, por tanto, le pregunté cuál era su plan.Me dijo dudosa: —No sé, quizás esperar a ver qué pasa. Nos queda un año— me dijo convencida. Le dije que no era suficiente, que solo esperar a que otros decidan es una mala ruta para ver un cambio. Así que decidimos construir juntas algunos mensajes que le prometí escribir hoy. No es suficiente con quejarnos ni con hacer cadenas de amigos que piensan igual. No sirve de mucho replicar mensajes de otros líderes que se refieren con malas palabras a personajes de la política. No importemos modelos: hagamos lo que podamos en nuestro espacio vital.Vicky decidió que no va a replicar más mensajes de odio. Incluso me dijo que no quería estar más en redes envenenando el alma, sino compartiendo cosas positivas. Por ejemplo, me habló de amigos que hacen cosas maravillosas en fundaciones: una amiga que salva perritos abandonados, otra que adoptó a un niño en situación de vulnerabilidad y el hermano de una amiga que viajó con una ONG a Ucrania a apoyar con educación. Todos colombianos sin ideología.Yo le hablé de Leonor, la señora de servicios generales en mi edificio, que madruga todos los días a trabajar, a pesar de los bloqueos constantes, y llega con una sonrisa siempre. Creo que tenemos muchos ejemplos, y eso nos dio algo de ilusión en la conversación.Lo que tenemos es que responsabilizarnos de hacer algo. Y ese es mi mensaje hoy, patrocinado por mi amiga Vicky: no esperemos que otros hagan las cosas, no nos asustemos con los políticos manipuladores, trabajemos con ganas, eduquemos bien a nuestros hijos, hagamos empresa, sigamos promoviendo nuestro país, no generemos discursos de odio ni nos dejemos asustar. Vamos a salir de aquí trabajando y haciendo las cosas desde el corazón.Por Miguel, por Vicky, por los hijos de Vicky, por los míos, por todos los colombianos que solo queremos vivir tranquilos, sin tanto ego, solo con un poco más de paz y justicia. ¿Qué vas a hacer tú?