Salud Hernández-Mora

Ya no disimula. Sigue los pasos de Hugo Chávez. El golpista venezolano desenvainó la espada de Bolívar en una plaza caraqueña, en febrero de 2010, cuando había decidido atornillarse de por vida en el poder, y la mostró como una reliquia sagrada ante el delirio colectivo.El nuestro lo hizo este jueves, en uno de sus discursos más incendiarios, más amenazantes, propios de un subversivo armado y un dictador en ciernes. “Libertad o muerte”, gritaba como poseído por un alucinógeno. “Es la bandera de la guerra a muerte”, vociferaba.

Corría el año 2013. Era su primer viaje oficial. Francisco se aprestaba a abordar el avión que lo llevaría a la pequeña isla de Lampedusa, al sur de Italia. Quería con ese viaje y una fotografía subiendo por las escalerillas de la aeronave, portando él mismo su malgastado maletín de trabajo, marcar el nuevo derrotero vaticano. Lo había anticipado al prescindir de la estola dorada y la capa roja de armiño al ser presentado como nuevo obispo de Roma.

Una canción y un estribillo, una suerte de himno, para popularizar el anhelo más preciado del líder galáctico y supremo. “Prometió que iría hasta donde el pueblo diga, y el pueblo, con el alma en pie, le grita: no nos castigue con su partida. Usted es del pueblo, usted es la revolución”, reza un aparte de la melodía que Petro retuiteó en su cuenta de X. “No se vaya, quédese”, suplica el ritornelo. “No estamos listos para soltar su credo”.El presidente que solo gobierna para sus fieles arroja nuevas pruebas de que no tiene intención de dejar el poder el 7 de agosto del 26.

Cuando recorrí la ruta que siguió el equipo de El Comercio de Quito, con Herbin Hoyos, allá por marzo de 2018, a los dos nos sorprendió el estado de estupor, de absoluta conmoción, que embargaba al Ecuador. Les costaba aceptar la matanza de tres miembros de un medio de comunicación que habían viajado hasta San Lorenzo, a orillas del río Mataje, para cubrir problemas de orden público en dicha población.Nos entrevistaron en varias emisoras y no salíamos del asombro ante el impacto nacional que tenía un crimen que en Colombia no sería portada más allá de un par de días.

Cuando uno pensaba que Juan Guillermo Monsalve era la madre de todos los falsos testigos, un tipejo que no superaría un simple examen de credibilidad ante estudiantes primíparos de Derecho, aparece otro personaje para disputarle el récord nacional de contradicciones y mentiras.Lleva casi el mismo tiempo que el acusador de Uribe vomitando incongruencias. Pero, mientras el exesposo de Deyanira Gómez sigue un libreto escrito por otros y cuenta con una pléyade de asesores de postín, Juan Vicente Gamboa inventa, él solito, su propio culebrón.

Está decidido a pulverizar la división de poderes. A pisotear la Constitución y las leyes. A incitar al odio y la violencia. A rellenar su gabinete de lacayos dispuestos a traspasar todas las líneas rojas. A abusar de los derechos y privilegios que le concede el Estado. A dinamitar el espíritu emprendedor impreso en el ADN colombiano y frenar la iniciativa privada.La responsabilidad de evitarlo en 2026 recae en algo tan amplio, difuso y diverso que llamamos “oposición”.

Es noche cerrada, sacan el obús de largo alcance de su escondite diurno y lo preparan en pocos minutos para los cuatro lanzamientos programados. Cuando todo está listo, el coronel da la orden de disparo. Enseguida alcanzan sus objetivos en territorio donde las Farc y el ELN libran una cruenta batalla. Las bajas no son el fin, sino disuadirlos de continuar una guerra que causa estragos en la población civil.Si ya el estruendo es ensordecedor junto a la pieza de artillería, resulta aterrador en el punto de caída. “Es lo que más temen los guerrilleros.

Es una vergüenza. Uno de esos derechos demenciales que habría que eliminar sin contemplaciones. Es inaudito que la Gobernación de Antioquia esté obligada a costear el paseo de un puñado de sindicalistas a Cuba con el fin primordial de alabar la dictadura criminal de Fidel Castro.Una de esas normas indelebles permite a un grupo de privilegiados escoger el destino de fondos asignados a cursos de capacitación.