Salud Hernández-Mora

“Si no vuelvo, sigan trabajando acá. Yo no debo nada”, dijo James Cantillo a los suyos cuando se dirigía, junto a otros vecinos, a cumplir la cita con las Farc-EP de Iván Mordisco, la disidencia que ejerce control en gran parte del Guaviare. Tal vez recordó en ese momento la advertencia que le hicieron unos conocidos en enero pasado: “La guerrilla no quiere saber nada de araucanos”. Pero no le prestó atención.

No falten a la verdad, señores de la Fiscalía General. Ni ustedes ni el Gobierno hicieron ningún esfuerzo reseñable para rescatar con vida a Maryuri Hernández, Jesús Valero, James Caicedo, Carlos Valero, Óscar Hernández, Nixon Peñaloza y al matrimonio de Isaid Gómez y Maribel Silva, que en 2023 celebraron sus bodas de plata.

Es una hipótesis que tiene bases sólidas. Pero aún faltan piezas para completar un complejo rompecabezas. En especial, en lo relativo a la fecha. ¿Por qué ordenar un magnicidio tan alejado de los comicios en un país de raquítica memoria? Porque, de no haber fallado el sicario, no se habría generado la impresionante ola de cariño y solidaridad que no había vivido Colombia en los últimos 30 años.

Por si alguien albergaba algún asomo de duda, el nombramiento del esperpéntico payaso petrista en una oficina de Palacio se lo despejó. Gustavo Petro se enroca en la etapa final de su aciago Gobierno. Solo admite focas que aplaudan sin rubor cualquiera de sus delirios y maniobreros sin escrúpulos, un indigesto coctel aderezado con un tirapiedras y un rencoroso comunista que perteneció a la Juco, capaz de armar cualquier tramoya jurídica que sirva a sus intereses espurios, como destapó Gaona. Es el otro nuevo payaso del gabinete, pero inteligente y peligroso.

La izquierda es un genio para victimizarse. Cierto que hace 35 años mataron a tres candidatos presidenciales de ultraizquierda, uno del M-19 y dos del Partido Comunista. Pero, desde entonces, los únicos dirigentes nacionales que sufrieron atentados pertenecen a la orilla de la derecha, empezando por el conservador Álvaro Gómez en 1995.Petro cacarea a toda hora que lo quieren eliminar con planes que solo existen en su imaginación, incluso haciéndose eco de una fábula del tirano Maduro. Sin embargo, fue Álvaro Uribe la diana de auténticos intentos de magnicidio.

Supe en su día de la embarazosa situación que vivieron con el presidente en La Guajira. La que relata Álvaro Leyva con descarnada sinceridad. No lo publiqué por lo escabroso de la información y por respeto a la audiencia, no a Petro, al que muchos dejamos hace rato de respetar.

Ya quisieran tener un átomo de la estatura moral de Luis Carlos Restrepo. Si albergaran algún resquicio de arrepentimiento por los millones de colombianos que sufrieron su barbarie, los exjefes de las Farc permanecerían discretos, silenciosos, conscientes de los inmerecidos privilegios que disfrutan. No deberían olvidar que, gracias a la generosidad de sus compatriotas, gozan de una libertad que no concedieron a sus miles de secuestrados y a 18.766 niños reclutados.

No tiene justificación alguna. Detrás del horror humanitario, de los miles de muertos, heridos, desplazados, hambrientos, de las ciudades arrasadas, subyace la hediondez de un presidente que solo busca salvar su pellejo.Netanyahu sabe que, en cuanto abandone el poder, existen unas altas probabilidades de terminar tras las rejas en Israel.

Si fuesen celulares de alta gama en lugar de personas, los habrían buscado. Pero en Colombia estamos tan acostumbrados a ignorar las tragedias humanas cuando son ajenas que ocho vidas valen cero. No importan lo más mínimo.

No puede hacerse el pendejo, tapar su responsabilidad. Como vive convencido de que somos un pueblo de borregos sin cerebro, creyó que nos engañaría al redactar una frase ininteligible en X para que nos dedicáramos a hablar de sus adicciones y olvidáramos las jugaditas corruptas de Name (que pregunten a María José Pizarro).Pero su “Almoarecer busvo en em amor la.foema de extraee dinwros para pagar campañas en Bohitá” no logró el objetivo. Nadie concedió importancia a sus garabatos infantiles por lo burdo de la maniobra.