Luis Carlos Vélez

La política no se trata solo de ideas. Tampoco basta con tener poder. Liderar es, ante todo, una cuestión de carácter. Y por eso Gustavo Petro ha fracasado como presidente: porque su mayor déficit no es ideológico ni técnico. Es moral. Me explico. La historia le dio una oportunidad que parecía hecha a su medida: una coalición amplia, legitimidad democrática, hambre de cambio en amplios sectores del país. Tenía narrativa, tenía votos, tenía contexto. Pero le faltó lo más importante: ser buena persona.

Tengo que confesar que tengo algo que no me pertenece… y que, además, no tengo la menor intención de devolver. Preparándome para la ceremonia de graduación de mi maestría, mientras revisaba redes sociales, vi una fotografía de Miguel Uribe Turbay con toga, birrete y la bandera de Colombia sobre el pecho. Miguel y yo cursamos el mismo programa de Administración Pública en la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, pero él recibió su diploma un día antes que yo. Al ver su imagen, le escribí de inmediato: “¿Me prestas la bandera para hacer lo mismo?”.

El Estado de Derecho (Rule of Law) es el principio fundamental de los sistemas democráticos. Significa que todos –gobernantes y ciudadanos, por igual– están sometidos a la ley; que las normas deben ser claras y justas, y que las decisiones del Gobierno deben basarse en criterios legales, no en arbitrariedades.

La avalancha de noticias en Colombia es avasallante. Son tantas y tan graves que se vuelve difícil tomar distancia, respirar hondo y ver el bosque más allá de los árboles. Sin embargo —y a pesar de todo—, soy optimista. Me explico. Esta semana, los colombianos nos enteramos de presiones políticas para que la ministra de Justicia removiera a un funcionario como venganza. Supimos de la millonada que Ecopetrol está destinando para evaluar el impacto reputacional de su presidente. Escuchamos nuevas dudas sobre una posible manipulación de pruebas en el caso del coronel Dávila.

Mi abuela en Perú tenía un dicho tan sonoro como preciso. Cada vez que exagerábamos con nuestros cariños, siendo pequeños en esas tardes calurosas de verano en Trujillo, en el norte del país, nos repetía: “No es amor al chancho, sino a los chicharrones”, y se reía con su picardía y enorme bondad. ¡Cómo no!

Gustavo Petro ha terminado encarnando aquello que durante años denunció con vehemencia. Hoy, paradójicamente, es protagonista de uno de los escándalos políticos más indignantes de la historia reciente de Colombia: el ciclo de la corrupción institucionalizada. Me explico. El mandatario forjó su carrera pública denunciando casos de corrupción. Su indignación, acompañada de un discurso populista y profundamente confrontacional, fue una herramienta eficaz para construir una narrativa de lucha contra el establecimiento.

En 1997 empecé a mudarme a Estados Unidos. Digo empecé porque fue el inicio de un traslado por capítulos que me ha permitido el privilegio de tener un pie en Colombia y otro en la Unión Americana. El país al que llegué era completamente diferente al que tenemos hoy. La gente le temía a la ley, y el respeto a los procesos estaba grabado firmemente en la identidad nacional. Todo ha cambiado. Me explico.Déjeme usar un caso que hoy ejemplifica mucho de esta transformación: el del salvadoreño Kilmar Abrego García.

Lo que ha dicho el ministro de Salud de Colombia no es un simple desliz. Es una declaración perversa, peligrosa y profundamente antidemocrática. El hecho merece máxima alerta. Me explico.A finales de la semana pasada, el ministro de Salud, Guillermo Jaramillo, afirmó equivocadamente que el Estado tiene la patria potestad de los menores de edad y que, si los padres no vacunan a sus hijos contra la fiebre amarilla, el Gobierno ejercerá su facultad y los obligará. Toda una afrenta a la realidad.Esta afirmación no puede analizarse en el vacío.

El verdadero problema de Colombia es macroeconómico, pero como no mueve masas, el Gobierno se está rajando y las bodegas no lo comprenden. Estamos peligrosamente perdiendo el foco. Me explico.El país va hacia el barranco fiscal.

La semana pasada, el presidente compartió una confesión en sus redes sociales que proporciona una explicación a muchas de sus cuestionadas actuaciones como mandatario y reafirma una de las características que mejor lo definen: Gustavo Petro está 99 por ciento acertado en la identificación de los problemas del país y el 100 por ciento equivocado en las soluciones que intenta implementar. Permítanme aclarar.El jueves, el mandatario expresó en Twitter: “Si esta señora es la decana de la Facultad de Ciencias Económicas de la U.