Cuando hablamos de sostenibilidad, solemos pensar en paneles solares, empaques biodegradables o campañas de reforestación. Pero hay un tema del que preferimos no hablar con tanta frecuencia: los residuos. Y es curioso, porque los residuos son la evidencia más tangible de lo que producimos, consumimos y descartamos como sociedad. Son, en últimas, el espejo de nuestras decisiones… y de nuestras omisiones.La realidad es que todas las industrias generan residuos, sin excepción. En tecnología, cada año el mundo produce más de 62 millones de toneladas de desechos electrónicos y apenas el 17,4 % se recicla correctamente, según el United Nations Global E-Waste Monitor 2024. En el sector de alimentos, un tercio de lo que se produce termina desperdiciándose, mientras 828 millones de personas sufren hambre, de acuerdo con la FAO. En la moda, cada segundo se entierra o quema un camión lleno de ropa y solo el 1 % de los textiles tiene una segunda vida, según la Ellen MacArthur Foundation. En consumo masivo, el 91 % del plástico de un solo uso jamás se recicla (OECD Global Plastics Outlook). Y en construcción, los desechos representan ya el 35 % de los sólidos que contaminan el planeta, según el Banco Mundial.Las cifras abruman, pero lo más grave no es únicamente el impacto ambiental. El verdadero costo es social. Porque los residuos se acumulan donde no hay voz ni inversión, donde el sistema prefiere esconder antes que transformar. Mientras algunos celebran empaques “más sostenibles”, comunidades enteras sobreviven entre basureros sin acceso a agua potable o servicios básicos. Y muchas veces, dentro de las empresas, el único reciclaje que parece funcionar es el de los discursos.No se trata solo de medir toneladas ni porcentajes. La pregunta de fondo es: ¿qué estamos haciendo con estos residuos en términos de salud, empleo y dignidad humana? Cada sector debería reconocer que cada desecho requiere una lógica distinta, desde la trazabilidad tecnológica hasta la educación comunitaria. Y, sobre todo, que detrás de cada residuo hay una historia humana que no puede seguir invisibilizada.Por eso, mi invitación es a cambiar la narrativa. A dejar de ver los residuos como un “efecto colateral” y empezar a asumirlos como una responsabilidad compartida. Eso implica invertir en infraestructura de reciclaje real, en trazabilidad de cadenas de valor y en programas de educación que integren a las comunidades en las soluciones. Significa incluir al ser humano en el corazón de cualquier estrategia circular.La sostenibilidad no puede seguir siendo una estrategia de mercadeo ni una etiqueta que tranquiliza conciencias. Es transversal, atraviesa todas las áreas: desde compras, que muchas veces no mide su desperdicio, hasta finanzas, que aún no ven retorno en lo que no cotiza en bolsa. Ignorar este tema es como barrer debajo de la alfombra: tarde o temprano, los residuos -los visibles y los que preferimos no ver- nos alcanzan a todos.Los residuos son, en realidad, una oportunidad. Una oportunidad para innovar, para cerrar brechas y para transformar la manera como concebimos el progreso. Pero solo si dejamos de disfrazarlos de eficiencia y empezamos a reconocerlos como lo que son: un reflejo incómodo de lo que somos como sociedad. Y tal vez, si logramos mirarlos de frente, también puedan convertirse en el punto de partida de una nueva forma de construir futuro.Mariana García Herrera, directora de Sustentabilidad y RSC Challenger
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