Hace pocos días, Colombia se estremeció ante la noticia de un nuevo caso de violencia infantil que golpeó nuestra conciencia colectiva. No es el primero, lamentablemente, y cada vez que ocurre se renueva la pregunta: ¿estamos realmente haciendo lo suficiente para proteger a la primera infancia? Este episodio reciente nos obliga a mirar de frente la realidad y a asumir la responsabilidad, como sociedad, de garantizar que nuestros niños crezcan en ambientes seguros, rodeados de adultos que los cuiden y defiendan, incluso -y, sobre todo- de quienes deberían ser sus protectores.Es cierto que el país ha dado pasos importantes en materia de protección infantil. La Constitución Política establece, en el artículo 44, que los derechos de los niños prevalecen sobre los de los demás. La Ley 1098 de 2006, conocida como el Código de Infancia y Adolescencia, define claramente el derecho a la protección integral, al desarrollo armónico y a vivir libres de violencia y discriminación. Además, tratados internacionales como la Convención sobre los Derechos del Niño, ratificados por Colombia, refuerzan ese compromiso.Sin embargo, las leyes por sí solas no bastan. Los casos de violencia siguen ocurriendo y eso evidencia la urgencia de pasar del papel a la acción, de la norma a la protección efectiva.La crianza es un reto diario que exige paciencia, comprensión y responsabilidad. Los padres no nacen sabiendo cómo enfrentar las frustraciones, los berrinches o las inquietudes de sus hijos. Por eso, educar a las familias en habilidades emocionales y relacionales es fundamental. Necesitamos abandonar los modelos autoritarios y violentos y apostar por una crianza basada en el respeto, el diálogo y el amor. La formación parental debe ser vista como una herramienta invaluable para prevenir el maltrato y promover hogares saludables.El entorno inmediato de los niños -abuelos, tíos, vecinos, cuidadores- juega también un papel decisivo. Solemos pensar que la violencia viene de desconocidos, pero las cifras muestran que muchas veces ocurre dentro del círculo de confianza. Por eso, proteger a un niño implica vigilar incluso a quienes parecen confiables. La vigilancia activa y el establecimiento de límites claros son indispensables para prevenir situaciones de riesgo.Los colegios, por su parte, deben ser mucho más que espacios de aprendizaje académico: tienen la obligación ética y legal de ser entornos protectores. Esto significa estar atentos a las señales de maltrato, formar a los docentes en la detección de abuso y, sobre todo, no guardar silencio ante sospechas o denuncias. Orientar sobre los canales de denuncia —líneas telefónicas, comisarías de familia, defensoría del pueblo, ICBF— y acompañar a las familias es parte de esa responsabilidad.El silencio es cómplice del abuso. De ahí la importancia de que los colegios asuman un rol activo en la protección infantil, garantizando que cada niño sea escuchado y protegido, y que esta tarea no recaiga únicamente en el círculo familiar.Creo que la implementación de escuelas de padres en los colegios debe ser una prioridad. Estos espacios permiten desarrollar competencias para una crianza responsable y sensible. Allí se pueden abordar temas como el manejo de la frustración, la comunicación asertiva, el reconocimiento de señales de alerta y la importancia del afecto. También facilitan que padres y cuidadores compartan experiencias, aprendan de expertos y construyan redes de apoyo que fortalezcan la protección infantil.No se trata solo de prevenir el abuso, sino de formar familias más conscientes y capaces de ofrecer a sus hijos las herramientas emocionales necesarias para crecer sanos y felices.La protección a la primera infancia es una tarea que nos compete a todos: padres, maestros, cuidadores, autoridades y sociedad en general. No basta con indignarse ante cada caso de violencia; es necesario actuar, denunciar, educar y vigilar. Que el caso reciente no sea solo un motivo de tristeza, sino el detonante de un compromiso real y permanente con la infancia colombiana. Los niños merecen crecer rodeados de respeto, amor y seguridad. Protejamos su presente para asegurarles un futuro digno.Gloria Figueroa Ortiz, Directora general de la Organización San José de Las Vegas
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