En el alma del Caribe colombiano, donde el acordeón se vuelve palabra y el canto una confesión de vida, se libra hoy una batalla silenciosa: la pérdida de la esencia poética del vallenato. La crisis que enfrenta este género, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, no se encuentra en sus tarimas, ni en sus festivales, ni siquiera en la falta de talentos instrumentales. La verdadera herida está en la médula: en sus composiciones.Lo advirtió con profunda claridad el maestro Leandro Díaz, aquel juglar ciego que veía más allá del horizonte. Cuando le preguntaron por qué se había perdido la poesía en las composiciones, respondió: “Es algo sencillo: el comercio acabó con el sentimiento”.Y cómo no darle la razón, si hoy, en la mayoría de los casos, las letras del vallenato carecen de metáforas, de esa sutileza que convertía el desamor en poesía, la tierra en nostalgia y el paisaje en un verso eterno.El maestro Poncho Zuleta lo reafirma con nostalgia y preocupación: “Las canciones vallenatas verdaderas nacen de los acontecimientos, no por encargo como pasa ahora. Lo hecho por encargo le quita autenticidad y hace que sean efímeras; en cambio, clásicos como La Gota Fría o El cantor de Fonseca quedarán para siempre”.El vallenato clásico sabía personificar y exaltar a través de la naturaleza. Así lo muestra esa joya de la lírica: “Cuando Matilde camina, hasta sonríe la sabana”. Aquí, la sabana representa a la gente y, de manera sutil y hermosa, enaltece a la mujer. Ese tipo de recursos literarios son los que daban altura y valor al género, igual que el ingenio de compositores como Wilfran Castillo, capaz de escribir retruécanos: “Ni siquiera me muero para ver si te olvido, ni siquiera me olvido para ver si me muero”.Cuando el público reaccionaRecuerdo dos casos recientes que marcaron un precedente en la música urbana. El primero fue la canción ‘+57’, interpretada por Karol G, J Balvin y otros artistas de reguetón colombiano como Feid, DFZM y Maluma. Un tribunal superior de Colombia determinó que esta producción violaba los derechos de los niños por “sexualizar” a los menores, según un fallo de 14 páginas.El segundo fue la polémica canción “Perra”, de J Balvin, que generó un fuerte rechazo por el tratamiento degradante hacia las mujeres. Fue acusada de promover misoginia, sexismo y racismo, especialmente por las imágenes del video. Ante la presión social y mediática, el video fue retirado de YouTube y el artista ofreció disculpas públicas.Estos episodios dejaron en evidencia que el público, junto con las instituciones, puede y debe exigir calidad y respeto en la música que se produce y consume. La defensa de la dignidad y de los valores no es censura: es responsabilidad cultural.Defender el vallenato, defender la mujerHoy nosotros somos los defensores del vallenato y, sobre todo, las mujeres debemos levantar la voz para denunciar las canciones que fomenten el maltrato o que degraden la imagen femenina. Como bien me dijo en una conversación el maestro Rosendo Romero: “La mujer es una flor; no podemos marchitarla con las canciones”.Antes, el compositor creaba desde su vivencia. Pero cuando comenzaron a pagarle, muchos se volvieron plásticos, una máquina de producir canciones para agradar al mercado. La música se volvió tendencia, se volvió “light” y sensorial, perdiendo su raíz narrativa. La única forma de revertir esto es con pedagogía, llevando al autor a la conciencia de que, si no se canta a lo trascendental, se pierde la esencia.Como en esos versos de Escalona que dicen: “Solamente me queda el recuerdo de su voz… como el ave que canta en el campo y no se ve, en ese recuerdo vivo yo, en ese recuerdo moriré”.Y en este contexto, no puedo dejar de insistir: el compositor debe ser un enamorado de la lectura. ¡Hay que leer!La pedagogía como única salidaLa solución definitiva está en la pedagogía. Solo a través de ella -como bien lo viene impulsando la Fundación Cocha Molina en convenio con la Universidad de La Guajira- podremos enseñar a los nuevos compositores la manera correcta de escribir y, al mismo tiempo, conservar nuestra identidad.Propongo incluso que, así como cuando alguien infringe una norma de tránsito se le impone una multa y un curso obligatorio, los compositores que produzcan canciones ofensivas deban asistir a procesos formativos que les devuelvan el sentido de la poesía y el respeto a la tradición.Desde la Fundación Cocha Molina, y con el respaldo de la Universidad de La Guajira y su rector, el doctor Carlos Robles, estamos tomando acción. Desde hace seis meses, en la sede de Fonseca, venimos formando nuevos compositores bajo la guía de dos grandes referentes de la juglaría: Rosendo Romero y Gaby Arregocés.Este semillero no solo transmite técnica musical, sino también el valor de la poesía, la ética de la palabra y el compromiso con la historia.Enseñamos a cuidar la lírica, a construir un contenido sólido, a elegir con responsabilidad la temática y a transmitir un mensaje que edifique, que respete la dignidad humana y que honre la tradición vallenata.Este esfuerzo conjunto busca rescatar la juglaría vallenata, esa escuela ancestral que convertía la vida en canto, el paisaje en verso y el amor en estrofa eterna. No es un gesto de nostalgia: es una apuesta por el futuro. Porque sin poesía, el vallenato será solo ruido; con ella, seguirá siendo la voz viva del alma caribeña.Julieth Peraza, gestora cultural y cofundadora Fundación Cocha Molina
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