Sofy Casas

En Colombia, la figura de Álvaro Uribe ha sido tan disruptiva que la justicia decidió no juzgarlo sino neutralizarlo. La sentencia que lo condena por fraude procesal y soborno en actuación penal no es más que el instrumento formal de una persecución que lleva más de una década en marcha. Hoy, Álvaro Uribe Vélez es un preso político en pleno siglo XXI. Y lo es porque su verdadero delito fue haber enfrentado, sin titubeos, a los enemigos del país que ahora gobiernan con impunidad.No hay que ser uribista para ver el montaje. Basta con revisar el expediente.

Colombia hoy está secuestrada y nadando en coca. El próximo gobierno que surja de la coalición de derecha y la centroderecha no puede pisar la Casa de Nariño con discursos tibios ni promesas a medias. Tiene una misión urgente si quiere rescatar al país de la captura institucional en la que se encuentra. Debe llegar con políticas contundentes para extraditar a los determinadores políticos del narcotráfico y a sus socios incrustados en el Estado profundo. Ustedes saben quiénes son.

El reciente anuncio del narcodictador Nicolás Maduro sobre la creación de una “primera zona binacional” en la frontera colombo-venezolana debería encender todas las alarmas en Colombia. No solo por el contenido del plan, sino por algo aún más inquietante: el silencio absoluto del gobierno de Gustavo Petro. Ese silencio no es diplomático, es cómplice.

No hay un solo colombiano que no tenga una opinión sobre Álvaro Uribe Vélez. Lo aman o lo odian, pero nadie le es indiferente. Sin embargo, al margen de pasiones e inclinaciones políticas, hay algo que como periodista y columnista de opinión me parece urgente decir: el caso judicial contra el expresidente está plagado de inconsistencias. Y lo que debería preocuparnos no es solo su futuro personal, sino el uso de la justicia como arma política.El proceso contra Uribe nace de una paradoja, él fue quien denunció.

Lo que está ocurriendo en Colombia no es un simple debate técnico sobre una licitación ni una discusión inocente sobre papelería electoral. Es mucho más grave.

De acuerdo con la denuncia que hice el pasado 3 de julio en mi cuenta de X, la obsesión de Gustavo Petro con Thomas Greg & Sons no tiene que ver con los pasaportes. Eso es apenas la excusa. El objetivo de fondo es más peligroso: capturar la Registraduría Nacional, deslegitimar el sistema electoral y dejar el camino libre para mantenerse en el poder sin pasar por las urnas.Thomas Greg & Sons no es cualquier empresa. Produce todo lo que hace posible una elección tarjetas electorales, certificados, formularios, sellos de seguridad. Sin eso, simplemente no se puede votar.

Esta vez no es diferente. Mientras el país exige respuestas sobre una posible reunión entre el presidente Petro, personajes del correísmo y el criminal alias Fito en Manta, Ecuador, apenas dos semanas antes del atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, el gobierno y sus bodegueros digitales activan su maquinaria de manipulación.Desempolvan un viejo audio del excanciller Álvaro Leyva y lo entregan, como pieza de propaganda, al medio más alineado con el oficialismo español, El País. Todo fríamente calculado.No es casual que aparezca justo ahora.

Eduardo Montealegre lo dijo sin rodeos. En las elecciones de marzo meterán la papeleta para que “el pueblo vote” por una Asamblea Nacional Constituyente. No será producto del consenso ni de los procedimientos legales previstos en la Constitución del 91. Lo que están anunciando es un golpe de Estado con disfraz democrático.Pretenden imponer una constituyente sin pasar por el Congreso, sin el control de la Corte Constitucional y sin respetar el ordenamiento jurídico vigente.

Todo comenzó en 1993. La casa estaba llena de adolescentes, música y voces que se cruzaban entre risas. Era el cumpleaños número 17 de mi hermana, y como parte de los invitados, llegaron sus compañeros del colegio. Entre ellos, él… y su mejor amigo. Teníamos 15 años. Nada extraordinario marcó ese primer encuentro, salvo la certeza silenciosa de que algo acababa de empezar.Desde esa noche fuimos inseparables. No solo éramos novios; éramos parceros, cómplices de todo lo que implicaba tener quince años y sentir que el mundo nos pertenecía.