La odisea llanera de un curita vacunador

Un nuevo libro narra la asombrosa historia de cómo llegó la primera vacuna de la historia a Colombia.

En 1802, una epidemia de viruela, la más letal conocida hasta entonces, azotó Bogotá. Al enterarse, el rey Carlos IV preguntó si era posible enviar la vacuna, descubierta sólo seis años antes, a las colonias americanas. Como transportarla entre vidrios había fracasado, sus asesores propusieron usar 22 niños de orfanatos. A uno se le inoculaba la vacuna en el brazo y, tras diez días, se extraía el pus de la pústula para vacunar al siguiente.

Así, el fluido cruzó el Atlántico y se extendió por América, de brazo en brazo en nuevos niños. Esta es la esencia de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna –la primera campaña mundial de vacunación–, narrada por el periodista Carlos Dáguer en el libro De brazo en brazo: la odisea de una vacuna, recién publicado por Planeta. Para ello, el autor revisó unos 3.000 folios en archivos de España, Colombia y Ecuador.

El libro se centra especialmente en el recorrido de la vacuna por lo que hoy es Colombia, y rescató la historia de fray José Antonio García, de la orden de San Juan de Dios. Él fue quien, prácticamente solo, llevó la vacuna a poblaciones que hoy pertenecen a Casanare, Meta y Vichada.

El viaje del curita comenzó el 28 de diciembre de 1805 en Tunja, donde los expedicionarios españoles habían introducido la vacuna un año antes. Hacia el oriente, fue inmunizando a los pobladores de Labranzagrande, Paya, Trinidad, Nunchía, Morcote y luego, a orillas del río Meta, Guanapalo, Santa Rosalía y Guacasía.

La vacuna solía ser bien recibida en casi todos los pueblos. Sin embargo, en Guacasía —unos 40 km al oriente de Santa Rosalía—, los habitantes, en su mayoría indígenas, se refugiaron en el monte cuando supieron que el religioso se aproximaba. No logró vacunarlos, lo que, según Dáguer, sería la primera manifestación antivacuna registrada en el país.

A fines de marzo de 1806, fray José Antonio continuó su misión por el piedemonte llanero. Pasó por Taguaná y Santiago de las Atalayas (hoy Aguazul), y regresó a Tunja el 21 de mayo. En 144 días, inmunizó a 4.379 personas de 13 pueblos y capacitó a los locales para conservar y aplicar la vacuna.

Aunque su nombre aparece en algunos textos por su labor en el hospital de Tunja, Dáguer sostiene que su verdadero legado fue esta hazaña. “El nombre de fray José Antonio García debería estar en alguna placa de un puesto de salud llanero –concluye el autor–. No solo lo merece por haber sido un pionero, sino también por su tenacidad”.

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