La Iglesia está llamada ahora a profundizar en la inclusión, el diálogo y la atención a los marginados.
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Mientras se cumplen los ritos fúnebres para despedir al obispo de Roma y los miembros del Colegio Cardenalicio —que aún no han alcanzado los 80 años de edad— se preparan para el cónclave que elegirá al 267.º sucesor de Pedro, comienzan a circular los balances de sus 12 años de pontificado y se barajan opciones para la sede vacante, algunas con nombres propios, otras con diversidad de enfoques y acentos que convergen en el interior de la propia Iglesia.
Más allá de los discernimientos que deberán hacer los electores, incluso durante las llamadas Congregaciones Generales que preceden al cónclave, es evidente que la Iglesia que asumirá el sucesor del argentino Jorge Mario Bergoglio no es igual a la que él recibió el 13 de marzo de 2013, de manos del alemán Joseph Ratzinger, ni mucho menos corresponde con la Iglesia que en su momento timoneó el polaco Karol Wojtyla durante uno de los pontificados más largos de la historia de la Iglesia: 26 años y 168 días.
¿Cuáles son los retos que deberá asumir el próximo papa en un contexto de creciente secularización y ante el nuevo orden mundial que se viene configurando con el incremento de los conflictos y de las crisis con las que lidia la humanidad?
Rosario en homenaje al Papa Francisco tras su muerte en la Plaza de San Pedro. AFPEn una reciente entrevista para un medio italiano, el teólogo brasileño Agenor Brighenti —uno de los pocos peritos latinoamericanos convocado por Francisco en los últimos dos sínodos de la Iglesia— sostenía que uno de los mayores logros de Francisco ha sido “haber descentrado a la Iglesia de sí misma y apuntado a los grandes desafíos de la humanidad hoy”.
Ciertamente, durante estos últimos años la Iglesia ha dado pasos significativos en varios frentes. Bergoglio apostó por pastores “con olor a oveja”, que salieran de sus palacios para recorrer las calles y los campos que los condujeran a “tocar” las realidades de las periferias geográficas y existenciales, redescubriendo el don de servir a los demás, caminando junto al pueblo, y redescubriendo la dignidad y el potencial de todos los bautizados, en especial las mujeres y los laicos. Incluso fue frontal al denunciar y combatir el “clericalismo” que carcome a la Iglesia, desenmascarando sus nefastas consecuencias, sobre todo los abusos de poder y los abusos sexuales.
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Esta tarea no ha concluido. La Iglesia necesita seguir bebiendo de sus fuentes originarias para preocuparse más de los problemas de la humanidad que de sí misma. Los migrantes, los desempleados, las crisis climáticas y socioambientales, la trata de personas, los pobres y los ‘descartados’ que produce el sistema vigente, la pérdida de las libertades y del sentido de la vida que se refleja en tantos jóvenes, son algunos de los múltiples clamores que siguen exigiendo respuestas asertivas, sumando voluntades políticas para hacerlas posibles.
También la Iglesia deberá seguir afrontando el gran reto del diálogo para acercar a las partes en conflicto y dar paso a un mundo más fraterno, donde no se imponga la ley del más fuerte o del poderoso de turno, sino que prevalezca la persona y el bien común.
“Nadie se salva solo”, “somos responsables unos de otros”, y “nos salvamos en comunidad”, fueron algunas de las lecciones de la pandemia que Francisco solía recordar cuando afirmaba que “de una crisis no se sale igual, o se sale mejor o se sale peor”.
Y en este ámbito del diálogo no puede quedar por fuera el diálogo ecuménico e interreligioso que conduzca a revalorar el valor de trabajar por objetivos comunes, anteponiendo lo que une a los distintos credos, a lo que históricamente los ha separado. La paz y el cuidado del planeta frente a las continuas amenazas que se extienden, son apenas dos de los muchos desafíos que se podrían abordar en un clima de apertura y fraternidad.
Homenajes al papa Francisco en Buenos Aires, Argentina. AFPPor otra parte, en el contexto de una creciente secularización que impacta de diversas formas a las confesiones religiosas y a su institucionalidad, la Iglesia católica afronta desde hace varias décadas una disminución acelerada de vocaciones para el sacerdocio y para la vida consagrada, que contrasta con un leve aumento en la población católica mundial de 1,15 %, pasando de 1.390 millones en 2022, a 1.406 millones en 2025, según el Anuario Pontificio 2025.
Frente a este panorama resulta inaplazable tomar decisiones audaces de cara a la misión de la Iglesia, que ya no podrá ser asumida como una tarea exclusiva de clérigos y consagrados, sino como una labor compartida entre todos los bautizados, a partir de estructuras audaces que impulsen una mayor participación de los más jóvenes y de las mujeres, y una espiritualidad favorable a la comunión entre todos, cada uno desde la especificidad de su vocación.
Otras cuestiones
Otra de las grandes cuestiones que deberá asumir el sucesor de Pedro tiene que ver con las relaciones entre fe y ciencia, fe y cultura, y fe y sociedad. Si bien la Iglesia ya cuenta con un rico Magisterio sobre estos asuntos, como se aprecia en no pocos documentos promulgados por los últimos pontífices, será necesario afinar las aproximaciones de la Iglesia a las realidades que emergen del mundo de la ciencia, como de la cultura, y que impactan profundamente a las sociedades contemporáneas, al punto de moldearlas “a su imagen y semejanza”.
A modo de ejemplo, basta con sopesar los vertiginosos cambios a los que asistimos con la inteligencia artificial y la inmersión en nuevas tecnologías, casi de manera orgánica y acompasada de ‘intereses non sanctos’, para plantear la urgencia de abordar con pertinencia ética y criterios humanistas el nuevo orden que deviene ante la dictadura de ‘lo nuevo’.
Por supuesto, serán muchos más los grandes retos que abrazará el sucesor de Francisco, más allá de su afinidad con el pensamiento y las opciones que marcaron el pontificado del Papa argentino. Desde una perspectiva holística, la Iglesia ha aprendido a lo largo de los últimos años que el todo es más que la mera suma de sus partes, el tiempo es superior al espacio, y la realidad prevalece sobre la idea.
Se dice que en la antigua Roma el pontífice era un funcionario que tenía sobre su cuidado el puente sobre el río Tíber que comunicaba a la ciudad. El sumo pontífice deberá asumir la delicada tarea de seguir construyendo puentes donde hay muros o donde no existen vías para el encuentro. No se trata solamente de sostener los puentes que ya se han construido o de mantener los viejos puentes de antaño, se trata también de imaginar los nuevos puentes que requieren estos tiempos convulsionados donde un nuevo orden está emergiendo.
Resuenan las últimas palabras que Francisco escribió para la que sería su última bendición urbi et orbi ante una plaza de San Pedro abarrotada de peregrinos durante el domingo de Pascua del 20 de abril: “En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte”.
Esta visión de Francisco, con sabor a esperanza, recae no solo en el pontífice que vendrá. Compromete también a todos los cristianos de a pie.
*Doctor en comunicación social. Consultor del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano.